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Aportaciones romanas a la dieta española

  • Foto del escritor: Mediterranean Health
    Mediterranean Health
  • 3 dic 2016
  • 2 Min. de lectura

El pueblo romano fue el primer gran Imperio del mundo occidental, llegando a dominar toda la costa del mediterráneo, tanto europea como africana, abarcando en su máximo esplendor territorios desde Oriente Próximo hasta la Península Ibérica o desde Inglaterra hasta Egipto. A ellos les debemos gran parte de la cultura europea, que construyeron en base a las precedentes, como la griega, la fenicia o las indígenas de cada zona que conquistaban. Gracias a ellos, Europa disfruta actualmente de una cultura con prácticamente las mismas raíces y, especialmente en las costas mediterráneas, su cultura ha dejado grandes rastros, desde puentes y acueductos hasta nuestros idiomas, pasando por leyes, urbanismo, calzadas, forma de vida, estructuras sociales… sin olvidar por supuesto su importantísima función como difusor de costumbres, entre ellas, su dieta.




Los antiguos romanos seguían el modelo de alimentación griego, basado en pan, vino y aceite, productos que se fabrican precisamente con los tres principales productos de la Península Ibérica en aquella época: trigo, vid y olivo, cuya producción potenciaron debido a las excelentes condiciones climáticas peninsulares para su cultivo para su posterior distribución por el Imperio.


Además de dichos productos, el pueblo romano generalizó el consumo durante la romanización de otros alimentos provenientes de su dieta, como la cebolla, el puerro, la lechuga, la zanahoria, los espárragos, los nabos la col o la alcachofa entre otras verduras; los higos, manzanas, peras, cerezas, ciruelas, melocotones, albaricoques y algunos cítricos en el apartado de frutas; castañas, almendras y nueces en cuanto a los frutos secos; el queso y la preferencia por el pescado y el marisco sobre la carne.

Aun así, el pescado fresco era un producto casi exclusivo de las clases altas debido a su dificultad de conservación, así como los mariscos más apreciados como las ostras. Las clases más desfavorecidas, como los esclavos, tenían una dieta que apenas se componía de pan, aceitunas, aceite de oliva y pescado salado, aunque en determinadas ocasiones podían comer carne.


Debido al contacto con los pueblos del norte de Europa, que basaban su alimentación de la caza y la recolección, además de la cría de cerdos y la producción de cerveza, los romanos asimilaron parte de esta alimentación, como la introducción del cerdo, pero sin dejar de basarse en el pan, el vino y el aceite que, además, con la llegada del cristianismo, se convertirían en elementos centrales de la liturgia, favoreciendo su difusión por el Imperio.


En resumen, podríamos decir que el pueblo romano reforzó las introducciones fenicias y griegas con el incremento de la producción de trigo, vid y olivo y acabó de implantar los alimentos que son base de la actual dieta mediterránea por la cual actualmente no solo se rige la alimentación española sino prácticamente todo el sur de Europa.

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